La depresión, llamada en psiquiatría Trastorno Depresivo Mayor (TDM), es una enfermedad frecuente e incapacitante. Según datos publicados por la Organización Mundial de la Salud, estiman que, en el año 2050, la depresión será el principal problema de salud de la población mundial, sin distinción por género, edad o nivel socioeconómico, afectando a más de 300 millones de personas.
No podemos apuntar a un solo origen en el TDM. Para su aparición y desarrollo influyen factores genéticos, biológicos, psicológicos y ambientales. Esto quiere decir que, como para cualquier otra enfermedad, influyen nuestros antecedentes familiares, nuestra personalidad, nuestros hábitos, consumo de tóxicos y nuestro ambiente socio-económico y familiar.
A priori podemos tener la idea de que una persona con depresión tiene la cara triste, le falta energía y tiene ganas de llorar. Estos son signos habituales del TDM, sin embargo, también hay muchas personas que se esfuerzan por ocultarlo, y pueden llevar una vida completamente normal aparentemente, sin que las personas que le rodean sean conscientes de su estado mental.
Uno de los síntomas cardinales de la depresión es la tristeza, pero no es lo único que la define, ya que la tristeza es un estado natural del ser humano. Hablamos de depresión, cuando los sentimientos de tristeza son acompañados de falta de energía, pérdida de interés y motivación por cosas que anteriormente les gustaban, y pérdida de capacidad de disfrute. También es característico que la persona se encuentre más sensible e irritable, manifestando su malestar a través de discusiones o enfrentamientos, lo que provoca el rechazo de los que le rodean. Aunque pueden llevar una vida normal, suelen reconocer problemas de concentración y atención, viendo limitada su actividad intelectual.
Estos síntomas pueden llegar a ser muy invalidantes, llegando a postrar al paciente en la cama debido a la falta de energía e interés, sólo encontrando consuelo cuando se está solo y sin estímulos.
Por lo general, la depresión afecta a todas las áreas de la vida de una persona, tanto a nivel familiar, como en la relación con amistades, trabajo, estudios o aspectos financieros.
La depresión tiene cura. Para ello, hay que hacer un diagnóstico precoz. Diferenciar entre lo que es la tristeza normal de la patológica a través de una buena exploración clínica: conocer los síntomas que afectan al paciente, su historial personal y familiar y sus hábitos de vida.
El primer paso para curar la depresión es explicar al paciente su diagnóstico. Debe entender qué le pasa, ponerles nombre a sus sensaciones, y conocer que no son culpa de ellos, no son débiles ni vagos ni incapaces, y que podemos ayudarles para que se encuentren mejor. En este proceso es importante involucrar a la familia y convivientes, que éstos también puedan comprender qué está pasando y cómo pueden ayudarles. Lo natural es intentar animarlos, forzarles a salir, hacer actividades, quedar con amigos, pero deben entender que, en los momentos más graves de la depresión, el paciente necesita comprensión y acompañamiento, no críticas ni exigencias.
El tratamiento de la depresión, según la gravedad que se estime, puede consistir en psicoterapia, tratamiento farmacológico o la combinación de ambos, que suele ser lo habitual. Con un tratamiento adecuado, precoz y con un buen seguimiento no tiene por qué cronificarse.
Las personas que han padecido una depresión son más propensas a padecerla de nuevo, y a mayor número de episodios depresivos, más posibilidad de recurrencia. No obstante, los abandonos prematuros de tratamiento sin control médico, suelen estar detrás de muchas recaídas.
En los casos en los que no hay un abordaje precoz y adecuado de la enfermedad, ésta puede cronificarse y complicarse, pudiendo incluso llegar a cometer el paciente un suicidio o intento autolítico.
El suicidio se relaciona con la mayoría de los trastornos mentales, y en el caso de la depresión, el riesgo es 21 veces superior al de la población general. Por lo tanto, el abordaje de la depresión tiene que ser multidisciplinar y hay que afrontarlo con todos los recursos necesarios, teniendo en cuenta que es un problema crónico de salud.
Como conclusiones, el TDM es:
- Un trastorno frecuente e incapacitante
- Que tiene un tratamiento eficaz y que debe ser precoz y mantenido el tiempo estimado por un profesional.
- Que si no se detecta y se trata, puede llegar a cronificarse o llevar al paciente a un intento de suicidio.
- Que es un problema de salud pública y necesita un abordaje e implicación multidisciplinar.